Toda creación artística pasa por dos fases muy bien diferenciadas. Por un lado está la elaboración; escribir una novela, pintar un cuadro, componer una canción… Por otro la publicación
; ninguna obra está completa hasta que es disfrutada por el resto de los humanos. Los artistas no solíamos ocuparnos personalmente de esta segunda parte. En general se encomienda a intermediarios tales como agentes, abogados o editores.
No es mi caso. Tampoco el de muchos otros. La estructura del mercado y las nuevas alternativas animan (o fuerzan) a los creadores a gestionar por sí mismos esta segunda fase del proceso creativo. Y entre las cuestiones técnicas a tratar está, por supuesto, proteger la propiedad intelectual.
Mi experiencia personal en este asunto abarca desde ilustraciones y fotografías hasta la novela que acabo de publicar hace poco. Cada una de las obras ha recibido un trato distinto, desde la total desprotección de algunas fotografías hasta el copyright más restrictivo de los relatos y la novela. Las decisiones tomadas al respecto no fueron cuestión de azar o capricho, forman parte de una estrategia bien planificada.
Día tras día, desayunamos con noticias desagradables de plagios y robos en todos los ámbitos imaginables. Así pues, todo aquel que quiera publicar un trabajo se enfrenta al riesgo plausible de sufrir tales abusos. Por desgracia es un tema muy complicado. No basta con registrar una obra y demandar al que haga un uso indebido. La protección efectiva que proporciona el copyright es baja. Su valor real es el poder disuasorio que tiene, sobre todo frente al hurto oportunista. Poner el copyright significa decir a los parroquianos que estás dispuesto a pelear. Eso suele ser suficiente, pero no garantiza nada. Siempre puede aparecer uno más fuerte que tú que te parta la cara, que te sepulte en papeles y gastos judiciales. U otros que se sitúen fuera de tu alcance, usando el largo brazo de internet para robar con total descaro e impunidad.
Sin embargo, internet no sirve solo para robar. Al igual que el pirata puede usar la red para atacar, yo la uso para defenderme. Existen empresas de registro que operan on line y me permiten proteger las obras con un trámite mínimo, casi instantáneo. Los precios son muy competitivos, tanto que ya no hace falta juntar un álbum de fotos, puedo registrarlas una a una según las necesite. Me puedo permitir incluso proteger borradores para prevenir robos por filtración durante el proceso creativo. Agilidad, inmediatez y buen precio.
El otro frente de batalla es la reputación. Para vender algo en internet la reputación es crucial. De ahí que las empresas intermediarias de productos artísticos (láminas, ilustraciones estampadas en objetos, e-books…) sean muy receptivas a la denuncia por atribución indebida de la propiedad intelectual.
Al fin, es como en todos los campos; hay que conocer bien el terreno que se pisa. Y si no se conoce, buscar a alguien competente que te asesore. Y estar dispuesto a pelear. Siempre.
Jorge del Oro Aragunde
Escritor