Tierra, Capital y Trabajo han sido los factores de producción utilizados por los economistas clásicos desde Adam Smith; sin embargo, para explicar el valor de muchas de las actividades económicas desarrolladas en la actualidad, estos tres factores se verían insuficientes pues un nuevo factor es responsable de una parte sustancial de la riqueza existente en cualquier organización empresarial: el talento.
El talento, entendido como la capacidad de una organización de generar recursos más allá de sus medios nominales, resulta sin duda una de las características más interesantes de una empresa; especialmente cuando ese talento es singular y provoca utilidades diferentes que las que otros competidores pueden alcanzar.
El talento siempre ha existido como factor generador de valor, si bien es en la actualidad cuando su ponderación en las organizaciones ha cobrado especial relevancia, especialmente cuando los tres factores anteriores han sido accesibles para todos los competidores por igual o, al menos, en condiciones similares. Su presencia en la empresa no se circunscribe únicamente a la composición de su cuadro de personal, sino que despliega sus efectos en todos sus ámbitos, revelándose como un conjunto de características intangibles que permiten ofrecer respuestas singulares.
Sin embargo, la gestión del talento no ocupa espacios tan relevantes como lo puede ocupar la gestión de inmovilizados, de stocks o de tesorería. Pocas organizaciones conocen si su talento se ha incrementado o ha disminuido en el último ejercicio económico, si existen circunstancias que amenacen su talento o, conociéndolas, la dimensión de estas sobre el verdadero elemento diferenciador con el que se lanzan al mercado. La medición del talento es una de las asignaturas pendientes de la mayoría de las organizaciones empresariales.
A pesar de ello, este talento se pone de manifiesto en los momentos de transmisión de la titularidad de la empresa, reflejándose en fondos de comercio, primas de emisión de acciones y otro tipo de compromisos por los que los nuevos adquirentes abonan un precio superior al valor contable de la empresa. Son muchos y significativos los casos en los que un breve lapso de tiempo, revela errado el cálculo de este sobreprecio, pues se ha estimado incorrectamente el talento existente en la organización, siendo un caso palmario la famosa burbuja punto com, en la que se consideraba un talento empresarial muy superior al valor que luego fueron capaces de generar.
El talento no laboral de una organización, aquel que no procede directamente de la composición de su plantilla, se encuentra bajo muy diversas formas, siendo las denominaciones comerciales, las marcas y las patentes, las más fácilmente reconocibles. Este talento no laboral puede encontrarse formalizado o no, en ocasiones ese talento no es susceptible de ser protegido legalmente y sólo a través del sigilo puede la organización evitar su propagación fuera de la misma; en otras ocasiones su protección es dificultosa y novedosa para el regulador, como sucede actualmente con los algoritmos utilizados en aplicaciones informáticas.
Uno de los principales problemas que tenemos para afrontar una correcta gestión del talento empresarial es su valoración en un momento determinado, la dificultad de conocer el valor se incrementa por la poca tradición en su gestión. Así, en el ejemplo de una marca ¿cómo podríamos conocer su valor?. En primer lugar, la tradición contable se hizo fundamentalmente basada en el precio de adquisición, los activos se venían registrando por el coste empresarial en su producción o adquisición a terceros. Evidentemente, el valor de una marca será muy diferente de aquello que nos ha costado, por lo que deberemos de dejar a un lado este criterio para encontrar el verdadero valor de nuestra marca.
Podemos optar por valorarla a precio de mercado, conocer el precio que la marca alcanzaría en el caso de ponerla a la venta, lo que un comprador bien informado y en condiciones de libre mercado estaría dispuesto a pagar. Sin embargo, este método enfrenta un gran número de incertidumbres. En primer lugar, la falta de transacciones comparables, de testigos cercanos en el tiempo sobre casos similares; especialmente porque las marcas son muy diferentes entre sí, por lo que costaría encontrar transacciones homogéneas y, en segundo lugar, porque no existe un registro organizado y accesible de dichas transacciones. Finalmente, el precio de mercado podría estar sujeto a fluctuaciones ajenas al valor de la marca.
Sin embargo, coincidiremos en que una organización se desprendería de su marca si le dan por ella un valor superior al que ella espera obtener por su uso; es decir, a la corriente de ingresos que esa marca le va a proporcionar en un futuro. Del mismo modo, no estará dispuesta a desprenderse de la marca si el precio ofrecido es inferior a dicha corriente de ingresos. Llegamos así a la verdadera aproximación al valor de la marca, que no es más que el flujo de dinero que esta nos va a generar en un futuro.
Para ello gozamos del propio historial de la empresa, del que debemos de discernir dos cuestiones capitales. En primer lugar, qué peso han tenido sus intangibles en su evolución anterior; en segundo lugar, cuál será su aportación en el futuro. Estas cuestiones, que pueden parecer complejas, resultan bastante intuitivas. Pensemos en un próspero despacho de abogados, con su denominación registrada y mantenida desde antaño; situado en una céntrica calle de la ciudad y con presencia abundante en medios y publicaciones académicas. Observando sus rendimientos en los últimos ejercicios podemos cuantificar los que puede, razonablemente, obtener en un futuro. Sin embargo, ahora introduzcamos una nueva hipótesis: la jubilación de sus socios principales o, más aún, la marcha de sus tres socios principales a otro despacho de la competencia; evidentemente, la contemplación de una u otra hipótesis altera sensiblemente el valor que el despacho espera obtener en un futuro y esa alteración es el intangible valor de los tres socios. Sin embargo, si mantenemos a los tres y alteramos la denominación del despacho, la merma de los ingresos esperados sería totalmente diferente. A través de las apreciaciones de evolución de una actividad sin uno de sus activos, comparada con la marcha esperada con todos ellos, podemos obtener un valor razonable de un intangible y, en muchas ocasiones, percibir que el mismo tiene un valor diferente del que se le podía intuir.
Y no podemos concluir sin recordar que la mayoría de los intangibles creados internamente por la empresa, no aparecen en sus balances, a pesar de lo cual existen y son susceptibles de generar valor. Tampoco podemos obviar la existencia de intangibles que aportan valor negativo a la empresa, ni de aquellos que aportan un valor indirecto. Así, es posible que muchos abogados jóvenes y capacitados accedan a hacer unas provechosas prácticas en el despacho del ejemplo si se mantienen sus tres titulares; sin embargo, pocos querrían optar a ellas si uno de los socios principales es acusado de un delito grave o de especial rechazo social.
Manuel Quijano Pérez
Economista
Eifos Asesores